el jesús que yo prefiero
EL JESUS QUE YO PREFIERO
Nací En Oriente. Mis días de infancia fueros tumultuosos. Mis hermanos y Yo, aprendimos en la rudeza. Nuestras vidas eran llenas de dificultades. Crecimos juntos, cosa que nos ayudó a afrontar nuestra época desordenada. Desde niños habíamos comprendido muchas cosas por las cuales la gente era insensible. Esta comprensión nos valió el rechazo de la gente. Los demás nos catalogaban de locos; a veces unos que otros nos escuchaban. Nuestra madre, no comprendía el porqué de nuestra naturaleza. Con el tiempo ella se puso a escucharnos, y fue así que todo mejor' con ella. De todos sus hijos, era Yo el que le acarreaba más de dificultad. Ella decía, que a mi alrededor, era como si todos los misterios del mundo revolotearan sin cesar. Era una mujer bella, inteligente y amorosa. Ella luchaba para cuidarnos a causa de nuestra diferencia. Aprendimos muchas cosas para ayudar a nuestra madre y así ser autónomos. Nuestros secretos los compartíamos en grupo, pues cada una tenía sus experiencias. De todo aquello, hicimos una ciencia; pero era Yo quien ordenaba el todo.
Las ideas y conocimientos que aparecían en mí ser en ciertos momentos del día, yo acababa digiriendo. Del mundo yo tenía dos versiones; aquel que aparecía delante de mis ojos y el otro aquel que aparecía en mi interior, en mi espíritu. Asociando los dos, una molestia llenaba mi ser. A veces la rabia aparecía en mí; el mundo tan bello y tan variado en el cual el ser humano tenía vidas miserables llenas de prohibiciones. Teníamos que ganarnos la vida; para que pagar por algo que no pedimos. Porque es tan fácil nacer y tan difícil vivir. A quien pagamos esta existencia. A pesar del precio del precio que pagamos para estar aquí, la alegría y la paz son inalcanzables.
Nuestros interrogantes con mis hermanos, eran como arrojar paja seca en la hoguera. Nuestros puntos de vista sobre las cosas, molestaban a todo el mundo, sobre todo aquellos que representaban la autoridad. Por culpa de esto, debíamos cambiar de vivienda y pueblos muy a manudo. Con el tiempo, la gente aprendió a conocernos gracias a nuestros conocimientos variados. Construíamos casitas de madera para la gente o en piedra si los medios los permitían. Había aprendido a reconocer las buenas energías que se encuentran en la piedra o la tierra; asi los habitantes de nuestras construcciones se sentía bien lo mismo que sus animales. Había momentos en los cuales, encontrábamos personas con las cuales teníamos afinidades. Los sitios o construcciones que realizábamos eran propicios a ese tipo de encuentro. Así, compartíamos nuestras experiencias de vida.
Estaba seguro que las buenas cosas venían de la tierra bien seleccionada. La obra las adquiria y las conservaba. Luego, otras personas venian avernos para escuchar nuestra palabra. Lugares como estos, nosotros terminamos por dejar varios. Esto nos permitió de ser un equipo con una reputación de peso. Con el tiempo nos convertimos en constructores, yo era el jefe. Los efectos que nuestras construcciones producían en sus habitantes, no eran del agrado de los poderosos. Ellos preferia los templos donde las ideas arcaicas decidían del comportamiento del pueblo. Nos volvimos indeseables y tuvimos que partir y muy lejos. Tomamos rumbo al oeste.
En esta época, encontraba gente en una especie de sueño despierto. Mis hermanos no veían lo mismo y debí explicarles. Al principio, atribuí a esto a mi mundo interior, a todo lo que sucedía ahí. Pero con los encuentros que hacíamos, supe que otras personas experimentaban el mismo fenómeno. Fue así que conocí gente de países lejanos, pues ellos se presentaban en este espacio personal. Luego, convencí a mis hermanos y el equipo de trabajo de partir al encuentro de esa gente y así recorrer otros lares. En el viaje, encontramos gente muy diferente de nosotros; mis encuentros privados continuaron. Aprendí a atrapar eventos futuros que marcaban mi progresión hacia esas gentes que debía conocer en la lejanía.
Nuestra madre siempre iba con nosotros. Ella se ocupaba siempre de nuestras cosas con amor y simpatía. El viaje era dura para ella, pues avanzábamos mucho en nuestros desplazamientos. El momento de la travesía del mar llego. Encontramos personas que conocía el lugar donde encontraría la gente de mis experiencias. Debíamos ir de un borde al otro y cambia de continente para llegar a la nueva tierra. Antes de abandonar la tierra que nos vio nacer, tuve un pensamiento con aquellas personas con las cuales me había ligado. El otro lado del mar era un caleidoscopio de verdes. El mar azul índigo destrozaba los acantilados que soportaban extensiones gigantescas de praderas. Aprendimos a adaptarnos a la nueva vida, hecho que facilitaba de nuestra semejanza con los autóctonos hijos e hijas de este mar acariciante que es el Mediterráneo.
Nuestra profesionalidad hizo mucho por nosotros; habíamos llegado a un país donde había muchas construcciones en piedra. Nos permitieron de participar en la construcción de todo tipo de obras. Fue la cantidad de estas que marcaron nuestro paso por esas bellas tierras dominadas por picos, valles y colinas. El momento de encontrarla por fin llego. Se me había presentado desde la época en la cual aprendí a dominar mi don. Yo estaba cerca de los cuarenta y suponía que ella también. Tenía la piel blanca y de cabellos oscuros. Media algo como un metro setenta. Se llamaba Magdalena y su vida era un poco como la nuestra; necesitaba pasar desapercibida como cuestión vital en nuestra época. Sus experiencias y dones casi nadie los conocía. Ella se integró muy rápido a nuestro grupo, mi madre y magdalena se convirtieron muy rápido como hija y madre. María y Magdalena, las dos mujeres de mi vida. Con el tiempo, siempre conservado el contacto con las personas que compartían nuestros dones, supe que las mujeres con las cuales me había relacionado, niños habían nacido. Los visitaba de vez en cuando.
Nuestra segunda naturaleza permitía aquello. Magdalena se ocupaba de los quehaceres culinarios mientras nosotros construíamos. Nos convertimos en una gran familia de constructores. Para honorar nuestras responsabilidades, partimos hacia el norte, hacia una localidad llamada Lutecia. En este lugar, participamos a la elevación de un número importante de construcciones. Nuestra madre estando en una edad avanzada, termino por abandonarnos. Nosotros la enterramos en un lugar hecho por un rio que separándose en dos por un corto tramo hacia un tipo de isla, que hoy en día se llama la isla de la ciudad. Allí, encontramos un lugar con buena energía. Yo me esforcé por construirle una tumba digna del amor que compartimos. Su último refugio le permitió estar al abrigo de la lluvia y los vientos fríos, debajo de las piedras ordenadas concordante a la meta deseada. Después de algunos años residiendo en aquel lugar, decidimos partir, no sin sentir tristeza de dejar nuestra madre. Nuestra dirección era siempre el norte; así supimos que el trayecto nos llevaría hacia otro mar.
Esperando cumplir con el recorrido y teniendo en cuenta nuestra responsabilidad de padres, antes del fallecimiento de nuestra madre, Magdalena y Yo habíamos tenido dos hijos. Cuando tuvieron una edad de poder viajar, seguimos la ruta, deteniéndonos de vez en cuando para hacer nuestro trabajo de constructores. En el omento de atravesar el mar, nuestros retoños estaban fuertes y valientes; listos para aprender la profesión de sus padres. Desde hace algún tiempo integré la unión con el maestro, nuestro padre. En las tierras donde vivimos, falsa ideas se había establecido con respecto a EL. Creencias falsas ritmaban el comportamiento de todos. La gente se sentía culpable en la vida cotidiana; la miseria completaba el drama. Mis enseñanzas que no eran fáciles de aceptar, los otros las comparaban con su fé en su dios celoso y colérico. Ellos no comprendían su amor y la vida que había que soportar.
Lo esencial de mi trabajo era de hacerles comprender que el maestro y creador de todo, había sido alejado por el clamor y el desorden de nuestros miedos. Yo les decía que la verdadera vida se manifiesta en los momentos inesperados. Lo imprevisible es su marca; el nos da aquello que nosotros necesitamos y no lo que queremos. Es así que su grande creación se realizó; es la verdadera línea de unión con EL. Les decía que este mundo es hecho de mentiras y a veces mortales. Pero que su compañía, incluso en la desesperanza, nos guiaba en todos nuestros caminos. Su poder permitía que el mundo tome el curso que El había deseado en su unión, a pesar de lo que el mundo nos muestra. En ciertos corazones hay paciencia, fuerza y determinación. Es un tesoro que se abre solo cuando es necesario. Y ahí esta EL, siendo eso. Atravesamos el mar tumultuoso en un barco pequeño; todos se decidieron a venir con nosotros. Nos preparábamos a encontrar gente diferente debido a la latitud y la separación por el frio mar.
Con nosotros iba alguien de allá; fue el quien nos habló de las costumbres locales y el tiempo ceniciento en el cual la luz del día se escondía detrás de nubes testarudas. Parecía al otoño de la tierra que acabábamos de dejar en septiembre. Nuestros hijos tenían casi los catorce. Nuestro amigo del norte nos dio los elementos para que nos acostumbrásemos fácilmente. Al principio empezamos participando en la construcción de barcos en madera, era menos duro que construir edificios en piedra. De esta manera la gente nos frecuentaba y esto ayudo a hacernos amigos. Eran personas grandes y fuertes, muy orgullosas de lo que eran. Su idioma, muy diferente de aquel que aprendimos en el continente, empezamos por las palabras de la profesión. Un tiempo después, pudimos mostrar las habilidades de nuestra verdadera actividad. La manera de construir era un poco diferente, nos acostumbramos a eso con la felicidad de hacer por lo que habíamos nacido. Co magdalena, veíamos nuestros hijos crecer y evolucionar al lado nuestro.
Nuestra hija se perecía a ella, Magdalena; su hermano tenía el color de mi piel y un carácter suave. Cuando nuestro trabajo fue reconocido, partimos hacía en oeste; Escocia nos sedujo atraídos por un sinnúmero de construcciones en madera. Grandes de estas, nosotros jamás habíamos hecho. En esta época Magdalena y Yo estábamos en la mitad de la cincuentena. Nuestros hijos eran autónomos y se ocupaban de quehaceres de responsabilidad. Casas y construcciones hermosas se hacían aquí con árboles inmensos que soportaban los tejados y constituían el soporte de todo. El resto era acabado o con tierra y paja, o con madera cortada en pequeñas secciones para llenar los vacíos de la estructura. Con el paso del tiempo, nuestros hijos adquirieron los conocimientos para responsabilizarse completamente del trabajo y así fue que aproveché una posición para hacer un viaje hacia tierras lejanas y encontrar otras culturas. Me hablaron de sociedades más allá del mar encontrados por ancestros de la gente de esta isla. Informé mis hijos y mi magdalena y me dispuse a preparar la travesía. Uno de mis hermanos vendría con migo. En el barco éramos una veintena; mi hermano y Yo nos diferenciábamos de aquellos hombres fornidos hechos por el clamor del viento y las holas para afrontar la violencia de aquel mar del norte.
Los vientos que empujaban el barco, eran un tropel de fuerzas que, cuando calmadas, permitían ver la belleza del paisaje marino. Tantas montañas de agua, donde el azul de cielo, hacían uno con ellas. La noche fría y oscura, las miradas puestas sobre ese arenal de luces diminutas que desde arriba nos guiaban hacia lo desconocido. Este espacio entre las vidas de antes y y el ahora, que se proyectaban en la lejanía de tierras salvajes, haciendo surgir en mi pensamientos nuevos. Iría yo a reunirme de nuevo con mis hijos Y Magdalena? La luz cambiaba con los días que transcurrían. Mis compañeros decían que bajábamos en las latitudes y que la luz del sol iba a ser más generosa. El mar se había vuelto más calmado y pájaros que jamás había visto dibujaban piruetas de viento sobre nuestras cabezas. El aire tenía otros olores; era como si degustáramos sabores nuevos con nuestras narices. Mi hermano me miraba de tiempo en vez con un tono de tristeza.
Él había dejado también a su familia para tenerme compañía. Éramos parecidos, pero yo más testarudo, resuelto e intrépido. Esto me venía de mi maestro, una vez la conexión establecida, el mundo era nuestro. La llegada se hizo con un sol espléndido; habíamos llegado a un lugar poblado de chozas construidas en ramas de árboles. Algunos pertenecían al mismo origen que los hombres del barco; otros, con una apariencia distinta esperaban junto a ellos. Eran grandes, fuertes y una contextura armoniosa; parecían esculpidos de un tronco de roble. Sus vocablos diferían de todo lo que había escuchado hasta ahora; pero sus pensamientos eran cargados de vida, como nunca hubiéramos imaginado de seres habitando tan lejos de aquello que era conocido. Un poco después sabría que aquellas personas tenían más en común con migo que las otras gentes en Europa. Dormimos profundamente y unas horas después sonidos que venían con sigilo nos sacaron de la letargia producida por el descanso. Los olores de alimentos desconocidos forzaron nuestras humanidades a aproximarse a la fogata donde tajadas de peces doraban sobre ramitas de madera.
Con mi hermano teníamos la costumbre del pescado, pues íbamos a pescar a la playa en Escocia. pero la intensidad de este era otra cosa. El mar en frente de nosotros servía de soporte para el dibujo de nuestros recuerdos vividos con nuestros amores. Cuanto cambio lleno de humanidad. El corazón de aquellos hombres, llenos de compartir y de humanidad. Los hombres de aquellas tierras nos invitaron a conocer sus costumbres y cultura. Esto se haría mediante un viaje hacia sus tierras, mas allá donde la influencia de nuestros amigos ultramarinos no existía. Nos fuimos mi hermano, un autóctono y Yo. El caballo era nuestro medio de transporte. En Europa servía para el trabajo de la tierra. Recorrimos lugares magníficos; la naturaleza se había dado tanto trabajo para para unir variantes tan atormentadas. Los colores demostraban una habilidad para posicionarse en los lugares lo más inesperados.
Eran como olas de luz trayendo confetis molidos desde el principio de la creación. Todo era tan original; el cielo lleno de nubes grises, se desparramaba delante de nosotros, como si se hubiera invertido el paisaje y se les hubiera convertido en montañas de vapor, con picos tan grandes que rascaban nuestras cabezas. Los arcoíris compartimentaban el horizonte, separaban los espacios iluminados de los de lluvia. Aquellos cielos eran más grandes que el mar que acabábamos de atravesar; eran también más misteriosos. Llegamos a un valle de un verde encendido. A lo lejos percibimos una serie de construcciones simples posicionadas en un orden del cual sabría la meta después. La gente que hizo la acogida, se veía que tenían la costumbre de este tipo de visita. Pero no se esperaban con gente de otra habla que la inglesa. Nuestro francés cantaba en sus oídos; la de ellos nos hacían pensar a los sonidos de cosas que aún no han sido inventadas. Sus vidas eran simples; entre ellos y el exterior no había casi diferencia. La naturaleza era para ellos una proyección de su espacio interior. Sus vidas estaban llenas de momentos mágicos. El porqué era para ellos una noción abstracta. Las cosas convergen por el hecho de no estar separadas. Entre el cielo y la tierra estaban ellos para ser testigos del milagro de la creación.
Los espíritus de sus ancestros para ellos no estaban muertos. Habían entregado el lugar corporal para los nuevos. Pero estaban cerquita, para cuidar, que sus espíritus respeten la armonía de lo creado. En ese momento encontré el espacio para hablar de mi maestro; el espíritu de luz que enciende su llama en las manos de cada uno. Sin revolver el viento, sin quemar los gestos, para estar allí donde el mundo se completa en el amor. Mis palabras se volvieron como las de ellos, como dos aguas límpidas que estaban separadas por la lluvia. Las dos a la espera, en torbellino, lista para llenar el océano común que somos nosotros. Iniciamos otro viaje con dos autóctonos; las provisiones eran importantes pues el recorrido era largo. El recorrido era esta vez sobre terreno plano; los hombres nos dijeron que otras etnias travesaban los lugares donde nos dirigíamos. Con el tiempo estas habían adoptado un comportamiento de respeto. Así ellos podían compartir en paz los objetos que fabricaban.
Los productos de la caza, las técnicas de fabricación, las historias mágicas, etc. Los aportes de unos y otros habían permitido la comprensión de la vida y el mundo sobrenatural. Grutas adornadas con dibujos abundaban por todas partes en los territorios comunes. Historias de seres de otros lugares circulaban entre las etnias. Según ellos, estos estaban entre nosotros pero en lugares imperceptibles en estado de normal. Personas en la tribu podían frecuentarlas en sus espacios interiores con ayuda de rituales, música y cantos o solamente en sitios propicios para ellos. Eran lugares donde la tierra respira energías de curación que apaciguaba los caballos y en donde aparecían seres de luz. Esto estaba macado desde el principio por piedras transportadas desde lugares lejanos. Eran lugares de cita como las grutas, ciertos riachuelos o montículos. De todo esto, las grutas eran los lugares los más secretos. Solo los grandes espíritus podían acceder al interior. En aquellos lugares oscuros, la tenue capa de lo visible se disolvía permitiendo hacer encuentros. Para agradecer aquello, los grandes espíritus dibujaban figuras de animales que recordaban esos momentos de compartir entre conciencias. Las manos pintadas en las paredes de estos lugares, indicaban que esos espíritus eran como nosotros.
La mano es el signo de contacto. Con mi hermano mirábamos todo eso con ojos maravillados. Nosotros que teníamos nuestros secretos que podían llevarnos a la muerte a causa de lo que predominaba en Europa. Aquí, el culto no entorpecía la vida de la gente; nadie imponía lo que fuese. Tuvimos la invitación para ver una de esas grutas. Nuestra manera común de ver lo maravilloso nos permitió de tener acceso. Al principio el espacio era exiguo; debimos forzar nuestros cuerpos para tener acceso a un espacio más practicable. Cuando estuvimos ahí, las antorchas comenzaron a mostrar figuras que ondulaban con la luz de las llamas. Esto ´me maravillo, mi hermano me miraba llorando. Los hombres que nos acompañaban tenían en sus rostros un respeto inimaginable. Ahora comprendo la manera del anciano de aquel pueblo de escoger los hombres que debían acompañarnos.
Eran personas que participaban a encuentros con el universo. Ellos decían que todo comenzaba en lo oscuro. Manos se posaban delicadamente sobre las suyas; cuando el susto pasaba, los seres se volvían visibles. La comunicación no incluía la palabra, esto era para el espacio exterior. A veces, esto se practicaba entre personas habiéndolo aprendido de sus antepasados. Salimos de ahí al cabo de un rato, sabíamos que en Europa, lugares como este existían pero las sospechas impedían de tratar el tema. El retorno no se hizo por los mismos caminos; fuimos aún más lejos sobre las tierras de otros clanes. Dijimos adiós al lugar encantado et nos pusimos a pensar en otros horizontes. Pensé en mi bella Magdalena, mi dulzura. El cielo estaba como siempre enorme, como si se hubiera abierto una grieta por donde más espacio de lo necesario. Con la experiencia que acabábamos de tener, comprendo mejor al maestro cuando dice que el improvisto nos trae los mejores conocimientos. Nuestros compañeros de camino, comprendieron que nosotros no necesitábamos hablar para comunicar.
Al principio, para llamar la atención a uno de ellos, se le miraba y después el flujo de ideas se activaba. Sin francés ni otro vocablo. Era claro como agua de fuente; su mundo interior era rico. No era cuestión solo de ideas; se podía sentir el amor por el todo sin distinción de esto o aquello. Cuando pensaban en una piedra por ejemplo, de ella emanaba una especie de conciencia, una emoción que un humano no puede comprender. El desfile de conceptos en sus espíritus; era como una melodía que se ponía a sonar. Un segundo de uno de sus pensamientos, era como estar en un torbellino en el cual una cascada subterránea húmeda como el vientre de una madre nos sidera. En mi espíritu, ellos pudieron ver el inmenso amor que habitaba en el. Ninguna preferencia, solo luz, energía que hacia flotar todo en una calma indescriptible. Al cabo de una horas, cruzamos gente que se dedicaban a la caza. Con un movimiento de manos, saludamos y continuamos nuestro recorrido.
El pueblo donde habíamos llegado se llamaba Delaware; su territorio estaba situado entre dos extensiones de agua que comunicaban con el mar. Nuestra ruta flanqueaba uno de ellos; debíamos hacer un recorrido de tres o cuatro días para llegar a nuestro destino. A nuestra izquierda teníamos aquella extensión de agua que fluctuaba con las mareas. El viento a veces era muy fuerte y nos empujaba junto con nuestros caballos. A otros momentos debíamos parar por causa del cansancio de los animales. Tribus que pescaban nos trocaban pescado. Con otros eran con frutas. La vegetación cambiaba con nuestro desplazamiento pues el clima era más suave. La noche era fresca y el cielo parecía una manta plegada, oscura y tranquila con perlas incrustadas en su centro. Los cuatro nos pusimos alrededor de una fogata; que quemaba sus inviernos, sus otoños y veranos. Sus horas pasadas a ver el viento y sentir la lluvia en su luz. El lugar de destino se entraba en las tierras. Ahí tomamos hacia el oeste dejando detrás de nosotros esta agua magnifica que con su movimiento nos recuerda las olas de espuma, horizonte de nuestros amores. Cuando ya habíamos sobrepasado la extensión de mar, habíamos llegado al lugar de una tribu llamada Nanticok. El respeto continuaba que nuestro viaje se viera sin dificultades. Pienso que este tipo de viaje hacia parte de un rito de todas las etnias y por eso se pasaba en armonía.
Más cerca del lugar, otras personas se unieron a nosotros. En ese momento éramos una peregrinación de varias etnias. Todos comunicaban por el pensamiento. El lugar era magnifico; una gran piedra se izaba verticalmente alrededor de la cual los peregrinos estaban reunidos en la calma. Este objeto era como un faro para todos. Ella irradiaba bellas energías donde el cielo y la tierra confluían para volver este sitio la raíz de sus existencias. Aquel mole de piedra había sido puesto por antepasados y nadie sabía quién. Con mi hermano, nos repusimos de tanta emoción de esta presencia y sus peregrinos. Inflamos nuestros corazones con un aire de renovación. Tenue presencia del infinito, puesto sobre estas tierras bendecidas de verdura; del lado de nuestros corazones, palpitan los nombres de nuestros amores del otro lado del mar azul, infinitamente azul. Nos quedamos dos días. La etnia local nos acogió con la simpleza de gente de aquel mundo. Después de le experiencia acaecida, las diferencias entre todos se habían borrado. Durante algunos momentos experimentamos una ligereza y calma indescriptible. Era como cuando yo ponía mis manos sobre los otros, los beneficios del maestro estaban allí, en sus manos. El camino de retorno era largo. Nuestros compañeros de viaje nos propusieron otra ruta. Dimos nuestro acuerdo, pensando en los imprevistos que nos conducirían hacia lo maravilloso.
Los cuatro días para venir se convirtieron en siete de regreso. Ahora eramos otras per zonas; habiamos visto que en estas tierras habían personas diferentes de Europa. Sus vidas eran como un rio recorriendo tierras puras, no tocadas ni vacias de su esencia original. Nuestro regreso hacia Escocia se preparo con otras precauciones. Las corrientes marinas eran diferentes viajando a la inverza. La llegada fue tormentoza; Grandes hombres corpulentos se encargaron de vencer la cabalgada de nuestro barco sobre las olas de este mar frio del norte de Europa. Nuestras caras eran diferentes, lo vimos en las miradas de los que nos esperaban en el borde de la playa. Europa mantenía su belleza incluso en aquel frio. Ahora la miramos con otros ojos. Nuestros amores vinieron a nuestro encuentro. Mis hijos adultos ahora estaban con sus parejas orgullosos de mostrarnos aquello que había agrandado el equipo. Luego nos volvimos a reunir despues de un gran descanza. Con mi hermano nos pusimos a contar nuestras experiencias de viaje. El tiempo pasaba lentamente los ojos de los otros brillaban al compas de nuestras historias. Finalmente acabamos describiendo aquel lugar donde la tierra hace una con el cosmos, esta bella piedra levantada, que mas tarde, muchos siglos despues iva a ser remplazada por un obelisco de 170 metros directamente al frente de otra cosntruccion llamada la Casa Blanca.
Jaime A Lasso tafurt - Miyoceleste- 2018